martes, 21 de junio de 2011

acerca de las mamushkas

En la soledad no te quedás callada, hablás para vos. En la soledad no te vestís para nadie, así como nadie te critica nada, el otro es tu yo que se mira en el espejo y se aprueba; o no. En la soledad no te cohibís, no sufrís ataques de caras redondas o peritas, no sentís vergüenza. En la soledad hallás la desnudez, nada empalaga tus oídos ni los aturde, volás con el combustible de tus propias fantasías, no existen las comparaciones para arriba o para abajo. Nadie te baja el pulgar ni te invita a subir arriba del dedo del ego. En la soledad, el piano de tu corazón toca una canción lánguida de fondo; esto de la soledad tiene algo de acogedor y de remoto, algo de sepia y de foto. Todo, todo se detiene y manejás la rienda de tu propio tiempo, lo estirás como chicle y lo comprimís hasta reventarlo como un globo. Pensás, en tu más completa soledad qué hacer, te vas quitando la ropa, los maquillajes, los perfumes. Huele a vos por todos lados. Las capas de la cebolla se van abriendo como una flor, a veces del más irónico perfume o del más pestilente hedor. Y ahí estas, debajo de todas las cáscaras de la mamushka, la más pequeñita, el corazón de la nuez. En el centro de la soledad hay una sola persona, una metáfora, un ideal, un pequeño trocito de madera, una semilla. Esa soledad placentera, dualista de un mundo a tus anchas y reglas, pagando el carísimo precio que deja un gusto amargo en la boca. Es que cuando mandás un poquito a la mierda al anchísimo mundo, retirás el ejército de raíces que se repliegan hasta la trinchera hecha de metáfora, de vino anciano. Te ponés como una castaña vieja que lima sus darditos custodiando su corazón blandito. Soledad dualista que te protege del exterior pero no del interior de la soledad. La soledad nunca es sola cuando quedás a merced de vos. El otro te saca de tu discurso, te viste, te pone pelos y señales, interpreta tus raíces y encierra una mamushka adentro de la otra. ¿Quién sos cuando te quedás desnuda? ¿Qué querés hallar dentro de la soledad, sino es conversar con vos mirándote a la cara? ¿Quién conversa con quién? En la infinita soledad, esa que detiene el tiempo, desdoblás tus matices y ves el color que hay en los grises. Sos vos mismo hablando con tantos vos que ya no estás solo. ¡Y esos yo hablan todos al mismo tiempo! ¿Adónde van todos esos yo? ¿Qué rienda los mantiene unidos?¿Qué quieren? ¿Quiénes somos? ¿Somos democráticos con todos ellos? ¿Los escuchamos a todos por igual? ¿Quién comanda ese manicomio?
Ese universo de códigos y combinaciones inimaginadas. Ese contrato social que hacemos con nosotros mismos.
Nos amigamos y nos odiamos, te divorciás, te reconciliás, ese gris que impone el tinte que le da color al matiz universal de tu soledad. Aprendo a convivir con mi soledad porque me asusta ella toda, aprendo a vivir conmigo misma y pronosticar mis tormentas. Abrir el paraguas cuando es conveniente. Aunque asuste. Así como no imagino un mundo sin verde, no imagino un yo sin esos mís. Es más, la soledad no es tan sola. Es un tiempo que te tomás para discutir, para conciliar, para una polémica de bar...

sábado, 11 de junio de 2011

cap. I



..válgame la vida notable caballero, pídame cualquier cosa.. menos que le crea.

miércoles, 8 de junio de 2011

una turba de signos.

mientras él iba soltando las palabras me preguntaba si había logrado dominar los tendones de mi cara; qué parte se estará moviendo, una ceja tal vez, las pupilas se estarían achicando, las comisuras se echarían hacia atrás o hacia abajo. tendré el ánimo, de aquí a pocos segundos, de mirarlo directamente y si lo hago no bajaré mi mirada a su nariz o a su boca o en caso extremo fuera de su cara, y con mirada exiliada él se dará cuenta, sin duda, sin remedio. y qué, qué importa me decía, quizás la turba facial de signos asaltarán sus palabras, flaqueará su voz, enseguida se alinearán las caballerías explicativas: es él o lo que dice, quizás sólo piense que me incomoda o que estoy nerviosa por otra causa. hay tantas razones para estar ansiosa, le podría decir que hace pocos minutos por poco no me atropella un perro.

vulgaridades, me advierte. y mis manos, dónde están mis manos.

la una agarrada al botón de mi camisa; por suerte todavía existen botones y existen camisas, aunque por el calor me gustaría estar descamisada; y la otra, sueltita, liberta, suspendida entre nosotros, lo topa, y si alzanzo a tocarlo es que soy yo la tocada ¿o no? frente a mis maniobras no apunta nada. originalidad ante todo, dice, y yo escucho orígenes. el lugar común algunas veces, le digo, tumultuosa lo enrumbo, nos conecta, nos relaciona. ¿no estamos caminando juntos?, le pregunto. pero en el alboroto de voces ni siquiera yo me escucho bien, frases sueltas como mi mano, puntos suspensivos de mi camisa. no tiene categoría y yo les digo que no las respeto. no se iguala ni fraterniza, cree que hay un cambio de papeles, pero le digo que comentamos el mismo texto aunque no lleguemos a nada. suspiro y él no se lo come. sin darse cuenta me dispersa, no da cuenta de mis desmanes bulliciosos. me despido y, sin darse, se distancia.