miércoles, 7 de abril de 2010

agustín.

empedrado, adoquín.
y los pies que sienten ese suelo sin concreto.
sólo aquellos que besaron con sus plantas el frío
saben cómo calentarla.
pies descalzos, ensangrentados
sin lagarto.


No me mires así, Agustín. Es simple.
No quiero entrar en la discusión sobre los ojos, que son complicados. Los ojos son como un tuco, nunca sabés lo que tienen. Siempre vienen con el 'ingrediente secreto' que te sorprende. Prefiero las cosas más simples, como los pies. Iguales. Estáticos. Unilaterales. Ahí está la clave. En un camino de empedrado, de adoquín, un reflejo de una historia. Pensados como un adorno para los criollos. Porque los adornos son un 'admirame y no me toques': hechos fueron para los españoles. ¿Dónde viste a una chinita en carruaje? Ni en una Billiken. Un adorno para la chinita, pues.
En esos adoquines caminan muchos pies. Sólo aquellos que los besaron con sus plantas y sintieron su frío van a saber darles calor. Mirá los pies descalzos, los zapatos agujereados en la suela que son un recordatorio de que nada es para siempre, de que lo que se tiene es relativo. En cambio, desconfiá de aquellos enfundados en lagartos. Porque son la metáfora de la sangre fría, tan exactos como el cuero con el que están hechos.
Los pies que sacan callos son los que nos caminan, los que llenan las calles de vida. Los que mancharían los adoquines con su sangre caliente bombeada desde su corazón... fuerte. Porque ellos, Agustín, son los que hacen que todo marche, son los pies sobre los que se apoyan los sueños propios y ajenos, los de todos.
Porque todos los ojos miran para adelante, pero hay que llegar hasta el horizonte...